
Hoy en día mucha gente abandona a sus mayores en la soledad de sus casas o en residencias. Se dice que los sardos cortaban por lo sano: cuando los ancianos no podían valerse por sí mismos, sus hijos los arrojaban por un precipicio, o los subían a los montes para apalearlos en medio de una gran fiesta y jolgorio.
El momento de morir debía ser un acontecimiento feliz; para ello daban a las víctimas una poción que le hacía sonreír hasta la muerte. Otra versión es que esta poción la tomaban los cartagineses asentados en Sardinia (Cerdeña) cuando eran condenados a muerte, para sonreír antes de morir y dar la bienvenida alegres a su “nueva vida”.
Evidentemente la risa no era tal, sino una contracción involuntaria de los músculos maseteros (en medicina, trismus o imposibilidad de abrir la boca), similar a la que provoca la enfermedad del tétanos. La causa de esta sonrisa que desafía a la muerte o risus sardonicus, era Oenanthe fistulosa, una planta que crece en Cerdeña con las que preparaban la “poción”.
